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Márgenes dormitorio

Álvaro Villar

Bilbao, 30 de Enero de 2022

 

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Nº 2312 8:30 a.m.

Es la referencia del bus que cojo desde hace unos siete años en parada de la plaza Zabálburu hacia el campus de Leioa, donde discurro el apunte que lees o leemos. Durante este tiempo he pasado por ahí todos los días a la misma hora, recorriendo el tramo de autopista que aparece en Google Maps, en un rato muerto que no llega a los 30 minutos. No sabría decir cuándo, comencé a fijarme en los agujeros abiertos por los desconchones de la pintura en los paneles azules, que dejaban entrever gente, actividad. Eran lapsos muy pequeños, los dos o tres parpadeos que tarda el bus en recorrer la curva de unos 100 metros en una zona donde el límite es de 80. Quizás fueran los vecinos de la calle posterior, tal vez paseantes o quién sabe [algo habría].

No fue hasta hace unos cuatro años que decidí curiosear, de menera accidental. Era un día laboral, al anochecer y me encontraba con un par de colegas fichando el spot para cruzar el arcén y pintar desde ahí un par de horas después. Nada más llegar me sorprendió ver cómo el terreno de la autopista se encontraba a varios metros por encima del nivel de la calle, lo suficiente para alcanzar el segundo piso de los bloques donde estaba el coche aparcado. No solo eso, a parte de la subida, se deducía un pasillo estecho entre el asfalto y el barranco, de unos cinco metros de ancho, repleto de basura con dos o tres tiendas de campaña con bombonas de camping gas apagadas y que, claro, procuramos ladear sin molestar. Aquél paisaje que aparecía en frente de mis narices todos los días o al menos los días que cogia asiento en la fila derecha del bus era solo una pantalla, un escondite [pues sí, algo hay].

Finalmente, hará un mes volví a acercarme al lugar, ahora de día, intentando ordenar las intuiciones que tenía sobre el sitio y traerlo en forma de reflexiones más concretas, acompañadas de las fotos que ves. Lo que me encontré fue el mismo terreno alargado que hace cuatro años, parapetado entre los parasonidos y trozos de vallado que por aquél entonces no pude ver, oculto entre masa de maleza compuesta por plantas trepadoras y pinos en hilera. A plena luz el lugar parecía un réplica apocalíptica de la calle Biarritz que transcurre paralelamente unos metros más abajo, de la misma extensión, por la que no dejaban de pasar peatones y perros encaminados hacia un parque ubicado justo al lado.

Frente a representaciones corrientes del refugio como algo cerrado sobre sí mismo y con pretensiones de perdurar al menos un poco [sé que es mucho decir], aquí damos con un hueco “encontrado”, sin planta propia ni techo, abierto entre las intersecciones del trazado urbanístico. Hablo de una brechita donde los restos que permanecen amontonados a día de hoy señalan trazas de lo que Nacho denomina Nuevo Estado de Naturaleza, quizás de forma muy traviesa, saltándose de una  las dos reglas de oro que cumplen los “lugares de miseria ubicada” que encontramos en nuestras ciudades; que estén acumulados y lo más a las afueras posible, en la periferia [o sea, abandonados pero controladamente]. En definitiva, podría pensarse que hablar de “habitar los márgenes” aquí cobra carta de literalidad. Damos con un espacio donde probablemente hayan parado a dormir personas sin hogar, de perfil similar a las que acoge el albergue Elejabarri ubicado al final de la calle, con pinta de refugio corriente [este sí] y desde el que parte la otra cata que he hecho hasta ahora.