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Gabriel Gatti
Monterrey (México), julio de 2022
La foto mala, la foto difusa, la foto borrosa, la foto que se mueve es una constante en el acercamiento a las desapariciones con las que estamos trabajando. Me pasó en Melilla, en Nuevo México y en Guadalajara, México, en Palo Alto, cuando me acerqué a fotografiar algún homeless. Me pasó en Monterrey en julio de 2022 cerca del refugio llamado Casa indi. Creo que también tenemos alguna foto difusa lejana de sombras que se acercan o se alejan de los lugares en los que estábamos en Saltillo, siempre en México. Son fotos torpes de personajes torvos, parece, que hacen cosas chuecas, torcidas, equívocas. Parece. Todo se ordena cuando entramos a espacios seguros donde los sujetos recuperan su voz, la integridad de su cuerpo, la firmeza y también la imagen recupera con ellos, diría, esos mismos adjetivos. Mundos raros, requieren letra rara y cuento raro, también fotos raras, decimos.
Pero la experiencia de acercamiento (fracasado) a la Casa Indi y las patéticas fotos que saqué desde el coche en movimiento de Nacho me hacen pensar si es así, realmente lo que acabo de decir tiene sentido: la afinidad en forma entre el Mundo desaparecido – difuso – roto – quebrado – desvanecido – sin voz ni palabra y las fotografías merecedoras de todos esos términos es realmente una presunción derivada del punto de vista que ocupamos. Presumimos desvanecimiento en lugares en donde quizás haya otra cosa.
La pregunta se ha encarado teóricamente en muchas de nuestras notas y en muchos de nuestros textos e igual que le dedico un capítulo entero de Desaparecidos a la posibilidad / imposibilidad de hacer cartografía en estos lugares podría haberlo hecho sobre las fotos. Y aun ahora creo que tendría razón teórica.
Pero esas fotos de mierda de la Casa Indie me hacen pensar que la cosa también depende de algo mucho más plano y patético: que no nos acercamos del todo, que tenemos miedo, que las fotos están difusas porque estamos cagados en las patas y no nos arrimamos a lo que queremos entender.