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Indigencia e indolencia en Monterrey

Gabriel Gatti

Monterrey (México), julio de 2022

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Los días que pasé en México en mi viaje de julio de 2022 estuvieron marcados por propósitos académicos más convencionales que los que normalmente me ocupan, relacionados con trabajo de campo. Aun así, por no perder la costumbre Nacho y yo quisimos aventurarnos a hacer algo, como siempre bajo formas no muy ortodoxas. Esa laxitud que nos permitía la situación más el carácter tentativo de lo que estamos haciendo, que además de probatorio es apenas borratorio, de borrador, o sea, no ayudó a que el resultado fuese muy aprovechable. Pero siempre sale algo.

En Monterrey hacía un calor tremebundo entonces, lo que impedía salir de cualquier lugar en donde no hubiese un fuerte chorro de aire frío encima de la cabeza. Nos aventuramos a hacerlo… en coche, y dimos unos paseos que ni siquiera eran etnográficos porque realmente no salíamos del vehículo, helado, como todo lo que tenga “clima” en esa ciudad. La calle no se podía pisar o al menos no lo podíamos hacer protegidos solo por nuestras finas pieles y débiles pulmones. 

Nacho me llevó de recorrida por las carreteras, que son muchas, que atraviesan Monterrey mostrándome cómo en algunos agujeros que deja el cruce de esas carreteras entre sí o en algunas calles habían estado o estaban todavía espacios donde habitaban sujetos a los que nadie veía, a los que nadie hacía caso, estando, o esperando ingresar a algo propio del orden de lo visible. A veces quedaban ahí tiempo, a veces no. Uno de los espacios era esa sala de espera de la sala de espera de la sala de espera… de los hospitales, de un hospital en concreto, sobre el cual Nacho hizo una cata e incluso aproximo una entrada del kit ViDes para (des)proteger. Ese espacio se había desvanecido, o mejor dicho, lo habían desarmado. Podría hablarse quizás de eso que González Ruibal llama desaparición infraestructural. 

Lo que sí vimos de interesante fue un refugio que se llama Casa Indi, en una zona industrial de la ciudad, rodeado de carreteras y fábricas. Enorme. Indi viene de indigencia, una palabra que una colega rechazaba porque decía que tenía que ver con indígenas y que por eso no valía, porque era colonial. Hay que decir que esa colega es muy burra. Indigencia tiene que ver con precariedad, con el estado de pérdida.

Lo interesante de ese espacio, aparte de una enormidad que solo pude contemplar desde fuera, es que como dijo Nacho era un “refugio para cualquiera”. “Cualquiera” es la palabra que empleó y tiene sentido que lo hiciese porque en México los refugios son tantos y son tantas las poblaciones que han perdido algo que se han especializado: poblaciones trans-migrantes, disidencias sexuales, niños, gente sin techo… Casa Indi servía para todos; la iglesia lo puso en marcha para personas en situación de desamparo. Aunque no estuve, algo como eso debe ser Vita, ese lugar de muerte que describe Joao Biehl.

Nos acercamos en coche. Alrededor de Casa Indi pululan sujetos que quieren entrar al refugio hay pequeñas cabañitas o hasta carpas en donde se alojan eso, cualquieras, esperando entrar cuando les corresponde o estando. Como los hospitales que Nacho visitó en su cata, estos esperan. Son cualquiera, segregados por grupos: de indigentes, de migrantes… Destaca un grupo de haitianos que se apalancó en una esquina, en un baldío, dentro de una carpa. Deben de haber quedado ahí de cuando aquella marcha que atravesó todo México hasta Texas. Y mucho indigente Old Style, alcohólicos o drogadictos o con aspecto de serlo.

Están a la espera de entrar a un refugio que seguro que ya conocen y que es enorme. Nosotros no lo hicimos ese día, pero Nacho alguna vez sí y su descripción es la que corresponde a un espacio dantesco. Del lugar, veo poco desde el coche con aire acondicionado: un edificio enorme con varias vallas, la jaula en la que encierran a los que están pasando por algún síndrome de abstinencia hasta que lo superan y puedan entrar efectivamente al espacio del refugio. Con lo que vi no da para más que este relato costumbrista que es casi de una ciudad tipo Mad Max. En este caso la etnografía express fue más express de lo debido: no nos bajamos del auto solo hicimos fotos, fotos difusas fotos malas, fotos tan malas que sobreinterpretadas podrían parecer el reflejo en imagen de un mundo desaparecido.