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Cordura

Magdalena Caccia

Montevideo, septiembre de 2022

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Hablando con una amiga que trabaja en el Programa Calle del Ministerio de Desarrollo Social (MIDES) en Montevideo, me relata una situación que me deja pensando. Su equipo se encarga de recorrer las calles para “invitar” a las personas sin hogar, a la “gente en calle” como se les dice allá, a pasar la noche en un refugio del MIDES, del cual tendrán que salir sí o sí a las 9 de la mañana. El “equipo calle” es también el encargado de llamar a un médico, en caso de que la situación lo amerite, quien define si es necesario el traslado a algún centro de salud. Mi amiga me cuenta que en la mayoría de los casos, las personas no quieren ir a los refugios y el equipo entonces, fracasado su intento, se da media vuelta y sigue su recorrida. No obstante, cuando hay algún tema de salud (con todo lo que salud puede significar), la cosa es un poco más complicada. Hace unos días, se dio una situación que a mi amiga la enfureció.

En una de las recorridas, una vecina les dice que hay un hombre que está hace días dentro de un contenedor de basura (como ya es moneda corriente en Montevideo); sale por momentos, pero siempre vuelve, los vecinos se han acercado para intentar convencerlo de que salga, incluso le han llevado comida, pero él se rehúsa a abandonar su refugio. Cuando el equipo se acerca al contenedor, comprueban que el hombre está adentro. Comienzan a conversar, las preguntas obligadas: nombre, edad, número de cédula, hace cuánto está en calle y, por supuesto, si quiere ir a un refugio a pasar la noche. Al parecer, el relato del hombre es algo incongruente: el número de cédula no existe en el SMART, el sistema del MIDES que todo lo registra, por tanto, para el equipo eso significa que no es realmente su número, que lo está diciendo mal. Por su nombre tampoco aparece, la edad es confusa, dice dos fechas de nacimiento diferentes, se corrige. Entre eso y otras respuestas que parecen no tener sentido para los técnicos, deciden llamar a un médico de salud pública para que lo vaya a ver y defina si está para ir a un refugio o al Vilardebó, hospital psiquiátrico que de solo oírlo genera incomodidad. El Vilardebó es a donde van a parar los pacientes psiquiátricos agudos, que además son pobres; es un lugar que ha llamado la atención de psicólogos, antropólogos, sociólogos y del que mucho se ha escrito. A mí, que nunca fui, me suena a lugar del horror.

Después de esperar un tiempo considerable, llega el médico e inmediatamente se pone a conversar con el hombre, que durante todo el rato no ha salido de adentro del contenedor, por lo que, como me describe mi amiga, ellos sostienen la tapa, mientras el médico intenta acercarse lo más posible al hombre para hablar con él y examinar si tiene alguna lesión. El discurso es más o menos el mismo, un número de cédula que no está registrado, una fecha de nacimiento dudosa y la convicción de no querer ir al refugio, entre algunas vacilaciones que hacen al equipo insistirle al médico con que el hombre debe ser trasladado al Vilardebó. Pero el médico, por pereza de activar el protocolo de traslado, según mi amiga; por no considerar que amerite la internación, según lo que él mismo escribe con letra apurada en el formulario que el equipo le entrega, sostiene que el hombre está cuerdo, que simplemente no quiere dormir en el refugio. Esto genera una discusión entre el médico y los técnicos del Programa, siempre frente al contenedor, siempre sosteniendo la tapa, que no llega a ningún lado. Después de varios minutos de intercambio en tono poco amistoso, el médico se sube a la ambulancia y se va por un lado, mientras que los técnicos se suben a la camioneta y se van por el otro, dejando la tapa del contenedor cerrada, al hombre adentro, tal como lo encontraron y a la vecina indignada mirando la situación desde la ventana. A todas luces, la situación deja en evidencia la incompetencia del Estado a la hora de proteger, eso es lo que enoja tanto a mi amiga y yo la entiendo, pero también me pregunto, ¿dónde está el límite entre la realidad y la fantasía para quienes viven vidas descontadas? Y más aún, ¿importa? ¿Es la cordura garantía de algo?, ¿de qué? Tal vez sea no sea más que la línea fina entre pasar la noche en un contenedor o en el Vilardebó…