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Búnkers y sus (posibles) usos en el capitaloceno

María Martínez

Madrid y online, 26 de septiembre de 2022

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De vez en cuando surfeo por Airbnb. No porque me vaya a ir siempre de viaje, sino porque proyectar un viaje es, a veces, más satisfactorio que el viaje mismo. No sé desde cuando pero la plataforma tiene, al menos en su app del móvil, un listado de lugares especiales para una escapada. Hay de todo (o de todo ví). Desde un alojamiento en un árbol, a casas con formas variopintas (desde una casa de hobbit en Francia, ojo, que no Nueva Zelanda, hasta otra con forma de submarino). Entre las recomendaciones veo una propuesta de alojamiento en un búnker. Es, o así se anuncia, un búnker originario de la segunda guerra mundial. El precio, más de 600€ por noche y aloja a entre 6 y 8 personas. Si se miran las fotos, incluso parecería el búnker donde rodaron la película Mein Führer. El anuncio de Airbnb, de un particular por cierto, recoge varias imágenes (ver abajo algunas) incluyendo la de una fiesta. Me parece terrible la banalización del lugar. Pensado para refugiarse de los horrores de la guerra y convertido en un producto en tiempos del capitaloceno. Recuerdo hace unos años que leí que en algún campo de concentración se habían propuesto, y luego prohibido, despedidas de soltero. El capitalismo en su máxima expresión.

Estos días, indagando en el mapa (de Google) de la casa de campo por la que llevo unas semanas paseando más intensamente, veo marcados varios lugares de “búnker” de la guerra civil. Hoy, en mi trayecto de casa al trabajo, me desvió para pasar por el búnker.

Sacó una foto de lo que yo calificaría una gran roca con un hueco minúsculo. Se aprecia unos hierros que bien han podido servir de verja. En el hueco que deja, donde evidentemente en la actualidad no cabe ni una persona, se ven un par de latas y botellas vacías. El lugar no está señalizado, no hay placas conmemorativas, esto es, no está patrimonializado, pero Google sí lo registra. Me acerco pensando que igual el búnker es, no como el de Airbnb un alojamiento especial, pero sí al menos un espacio, un hueco para nuevos refugios. Probablemente en mi cabeza circule una anécdota (que no lo es) que nos contó Alfredo González Ruibal sobre los búnkeres de la guerra civil del Parque del Oeste (también en Madrid) que habían sido habitados durante un tiempo por drogadictos y prostitutas. Este no es el caso, o no es lo que yo vi esta vez. Quizás otro día busque el del parque del oeste para seguir indagando en esos miles de huecos de la ciudad que se convierten en refugios para habitar la desaparición social en tiempos antropocénicos o capitalocénicos.