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De las narrativas de la efectividad del daño a las narrativas del sujeto. Tortura, subjetividad y memoria en Colombia

Por Klara Méndez, Ander Mendiguren e Ivana Belén Ruíz Estramil con la colaboración de Gabriel Gatti

Juan Pablo Aranguren presentó, en el seminario De las narrativas de la efectividad del daño a las narrativas del sujeto. Tortura, subjetividad y memoria en Colombia algunas de las ideas contenidas en su nuevo libro Cuerpos al límite. Tortura, subjetividad y memoria en Colombia (1977-1982). El dolor y el sufrimiento resultados de la violencia política el caso concreto del conflicto armado en Colombia fue el asunto.

Los tres dispositivos principales que han registrado y gestionado el sufrimiento en Colombia fueron, según Aranguren, el Foro Nacional por los DDHH y las Libertades Democráticas (1979); (2) el Comité de Solidaridad de Presos Políticos –Consejos Verbales de Guerra– (1973); y, (3) el Centro de Investigación y Educación Popular/Programa por la Paz (CINEP/PPP). La práctica de denuncia de esas tres instituciones ha dado a conocer las magnitudes de la violación de los Derechos Humanos. La denuncia de torturas abrió paulatinamente un nuevo campo de visibilidad en Colombia: estas organizaciones ampliaron el marco de reconocibilidad y visibilizaron de un fenómeno que permanecía silenciado, mostrando sus magnitudes y dimensiones. Sin embargo, tienden a enfatizar determinadas formas de sufrimiento, aquellas que conciernen a una víctima de clase media urbana. Y paradójicamente produce documentos —informes sobre la situación de los derechos humanos— que guardan ciertas similitudes con la narrativa del torturador: un discurso muy burocrático, que enfatiza la tortura y el daño, mostrando a los sujetos como seres exclusivamente sufrientes. Centrándose en la administración del daño, poco nada se dice del sufrimiento desde el plano psicológico, solo de su administración en forma de tortura. Los sujetos son enmarcados como objetos de sufrimiento y en el registro, burocratizado, no consta na de otras experiencias. Burocratizada, la narrativa humanitaria recrea sistemáticamente la empresa del horror. En efecto, estas organizaciones pueden terminar por configurar formas de denuncia que dan eco al hecho violento, situándolo por encima del sujeto, invisibilizándolo. Esta “narrativa de la efectividad del daño”, dice Aranguren, ontologiza la violencia y la guerra y reduce al sujeto a una categoría de victimización; se esencializa por encima del sujeto, que es absorbido por la categoría de víctima. Además, el carácter performativo de esta narrativa supone que las personas terminen ajustándose a esa categoría y que traduzcan sus experiencias de sufrimiento al lenguaje de los derechos humanos. A partir del s. XXI, desde una crítica a ese modelo, se produce lo que Aranguren definió como “giro subjetivo y boom de la memoria”… que también produce víctimas cuando busca dotar de voz a aquellos que se supone silenciados, con su capacidad de hablar mermada. Los reduce a eso.